Mi hijo tartamudea, ¿y qué?
Hablar de la tartamudez en el ámbito familiar no tiene ni mucho menos porqué ser esa nube negra que cargamos encima de nuestras cabezas como una catástrofe. No es el final, sino el inicio de una carrera, de un nuevo reto, el de ser capaces de ayudar y ayudarnos a enfrentar la vida sin complejos.
Esto no quiere decir que ese primer momento en el que en la consulta del Logopeda te confirman lo que llevabas sospechando hace un tiempo, sea uno de los momentos más difíciles de olvidar en nuestro recorrido como padres. Retumban aún en nuestras cabezas cada una de las frases del profesional indicándonos lo que le pasaba a nuestro hijo. Retumban en nuestras cabezas cada uno de los bloqueos que nuestro hijo tuvo en esos duros instantes, pero que al mismo tiempo es ese momento el que ha marcado un antes y un después en nuestras vidas.
Vivir la tartamudez con naturalidad no es un asunto sencillo, pero tampoco es imposible. No se puede vivir buscando culpables ni preguntándonos constantemente por qué a nosotros, qué hicimos mal. Vivir la tartamudez con naturalidad empieza desde el mismo instante en el que aceptas esta condición en tu hijo y aunque tu corazón se encoja a la mínima expresión, se pone a toda marcha para de esta forma ayudarle y proporcionarle todas las herramientas necesarias.
Lo primero fue contactar con las personas que más entienden del tema de la tartamudez. En nuestro caso, la Fundación Española de la Tartamudez, que fue y sigue siendo la luz en el camino; buscar un logopeda profesional, un psicólogo, un gabinete especializado en tartamudez; hablar con el colegio para involucrar al profesorado en el tema, muchas veces desconocido. Finalmente, hablar del tema en el hogar y con los amigos.
Sí, hablar de Tartamudez con letra mayúscula, llamando a las cosas por su nombre y sin temor a nada, sin máscaras, se logra tan solo cuando nos permitimos soltar esa pesada nube de complejos y miedos. Es ahí cuando se empieza a vivir con la vitalidad necesaria para ayudar a nuestros hijos y con ello ayudarnos a nosotros mismos.
Ser padres de un niño con Tartamudez nos ha enseñado a valorar el día a día, a festejar cada progreso y a relativizar los momentos difíciles, pues no todo es para siempre. Hemos aprendido que después de cada momento de bajón, empieza una nueva aventura para volver a subir la montaña. Y es que como nos indica la fundacnionttm.org, con una acertada metáfora, la tartamudez es como una montaña rusa, con sus subidas y bajadas. Y a este viaje nos debemos acostumbrar los padres de niños con tartamudez, pues solo de esa manera podremos ayudarles, tan solo quieren que viajemos a su lado.
Claro que en ese reconocer la variabilidad de la tartamudez hay dolor, pero también hay ilusión, hay metas que alcanzar. Lo único que necesitan nuestros peques es sentir que viajamos juntos, el saber que no están solos.
Hay muchos profesionales involucrados en su día a día: el maestro que en clase reivindica el derecho a la diversidad y con su cariño y escucha respeta el turno de palabra y los ritmos de cada niño; el logopeda, que en su consulta les da pautas acertadas con forma de alas enormes de dragón para volar y llegar donde se propongan; los integrantes de la familia, padres, hermanos, abuelos, tíos, que desde que se levantan hasta que se acuestan dicen a sus hijos frases como tú puedes, tú eres capaz, confío en ti, eres importante, te quiero tal y como eres.
Pero todo esto no sería posible sin ese inmenso apoyo logístico de la Fundación TTM España, que con su equipo directivo a lo largo y ancho del territorio, involucra a todas las familias que puedan estar en una situación similar a la nuestra, y de esta forma hace que no nos sintamos solos nunca más.
Ayudando a otros nos ayudamos a nosotros mismos a afrontar la realidad con valentía, con coraje, porque detrás de cada niño con tartamudez hay un padre, una madre, un maestro, un logopeda, una fundación que lucha por su normalización, su inclusión. Solo necesitan un poco más de TI TI TI TIEMPO, démosles ese TIEMPO, permitámosles ser ellos mismos, ser felices.
María Helena Luna Osorio, madre de un niño con tartamudez