Como decía Derek Jarman en ‘Chroma’, “Ten en cuenta la diversidad del mundo y adórala”

Merece la pena mirar al arte desde la diversidad funcional, en primer lugar, por supuesto, para apoyar a los artistas y ofrecer a los espectadores imágenes que no sean producto de una mirada ajena, pero también para ejercitarnos, todos, en ese juego -el arte es un juego entre los hombres de todas las épocas, decía Duchamp- que encierra la posibilidad de transformar la vida.
Hemos llegado al punto en el que podemos ir más allá de señalar la existencia de grandes artistas con discapacidad: podemos reivindicar que, precisamente la necesidad de encontrar medios propios para cumplir la necesidad de comunicación y expresión estética, los convierte en jugadores particularmente capacitados para redefinir las reglas del juego.
La corporalidad de una persona siempre deja trazas en su obra; que históricamente hayamos preferido ignorar las huellas de la diversidad no impide su abundancia, como revela la menor investigación. Así, no faltaban grandes artistas a los que incluir en la VII Bienal de Arte Contemporáneo de Fundación ONCE; por el contrario, el reto que se planteaba era, sobre todo, de coherencia, dado que la disparidad de condiciones y la situación de aislamiento -al menos, con respecto a su diversidad funcional- hace que realmente sus propuestas tengan en principio poco en común, al menos, aparentemente... Se trataba más bien de presentar honestamente esa diversidad, y dejar que, en el diálogo, las obras resonasen unas en otras.
Aprovechando las características de las salas de CentroCentro, se han creado pequeñas conversaciones entre artistas oursiders y consagrados (Egea y Saura), entre clásicos y contemporáneos (Goya y Hockney), con discapacidad o sin ella (Bavscar y Cao Guimaraes), con posturas diferentes frente a su condición física (de Dorothea Lange a Frida Kahlo o Joseph Grigely pasando por Ángela de la Cruz) o con condiciones sensoriales distintas (Aaron McPeake y Juan Isaac Silva), pero que habían llegado a soluciones artísticas semejantes y que se iluminaban mutuamente.
Confiamos en haber creado de este modo una gran conversación en la que puedan oírse las voces singulares, voces que afirman su presencia en el mundo, que se reconocen entre ellas, voces que exploran terrenos desconocidos para nuestros sentidos, voces doloridas algunas, otras que denuncian y llaman a la acción, voces también que celebran, voces que demuestran, en definitiva, la existencia de otros modos de conocimiento.
Maite Barrera Villarías,
comisaria de la VII Bienal de Arte Contemporáneo de Fundación ONCE
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