Sus sonrisas, nuestro mayor premio
Era el año 2009, yo formaba parte de un equipo de investigación en robótica de locomoción en el Centro de Automática y Robótica del CSIC-UPM, donde desarrollábamos robots y les dotábamos de la capacidad de caminar de forma estable en terrenos naturales, en el marco de lo que se denomina la robótica de servicio al ser humano. Ya nos habíamos interesado por los exoesqueletos, aunque con una aplicación más bien industrial, como sistemas de mejora de la calidad del trabajo para reducir dolencias musculoesqueléticas.
Un día cualquiera de ese año se acercó a nuestro departamento un matrimonio. Nos contó que tenía una hija con una tetraplejia, Daniela, y nos explicó la gran necesidad de estos niños de poder mantenerse en pie y caminar, para evitar complicaciones musculoesqueléticas, circulatorias y respiratorias.
Ellos nos contaron cómo habían contactado con las dos empresas que por aquel entonces comercializaban exoesqueletos para la asistencia a la marcha, y cómo ambas les habían confirmado que no tenían planes de abordar un sector pediátrico. No había, por lo tanto, ningún exoesqueleto para uso infantil en el mercado, ni perspectiva de que lo hubiera en los próximos 15 años.
Entendida la necesidad y sabiendo que teníamos el conocimiento necesario, y que la tecnología que se necesitaba estaba muy alineada con el trabajo que llevábamos más de 20 años desarrollando, decidimos iniciar un proyecto de investigación para el desarrollo de exoesqueletos pediátricos. Fue mi primer proyecto de investigación como líder del equipo. El proyecto se concedió en 2010 y el 23 de abril de 2013 Daniela estaba caminando en nuestro laboratorio en la primera prueba de concepto del prototipo.
Era sábado y nos habíamos reunido en la nave central del centro de Automática y Robótica con nuestras familias: Daniela venía acompañada de sus padres y sus tres hermanos, yo me llevé a mis dos hijas, pues eran aún pequeñas y no tenía donde dejarlas, y nos acompañaban los miembros de mi equipo de investigación y una fisioterapeuta.
Fue una experiencia inolvidable para todos nosotros. Para mis hijas, una lección de vida, pues se sumergieron en un proyecto de gran impacto social, empatizaron con Daniela, y su experiencia fue mucho más que ir a ver el trabajo de mamá. El padre de Daniela caminaba a su lado dándole la mano, mientras su madre se emocionaba y uno de sus hermanos exclamó: “¡Qué alta eres Daniela!”. Ella, en cambio, no dejaba de mirarse los pies mientras caminaba. Seguramente se sentía un poquito asustada, al ser movida por un robot acoplado a sus piernas.
Emociones que se han repetido desde entonces cada vez que un niño se sube a nuestro exoesqueleto ATLAS por primera vez. Después aparecen esas sonrisas en sus caras, que son nuestro mayor premio.
Gracias a Fundación ONCE por permitirnos seguir recibiendo estas sonrisas.
Elena García Armada
Investigadora principal – CSIC
Fundadora de Marsi Bionics