Gracias a la vida

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12 Enero, 2024

Historias personales

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Muchas depresiones, como la mía, tienen su origen en la niñez. Ser las raras, las locas, nos marca desde la infancia. “¡No seas como eres!”, decía mi madre con repugnancia. Mi sola personalidad era para ella un insulto.

Hay madres que te protegen con un amor tan asfixiante que te aíslan del mundo. Pero no ven el abuso ni la humillación. Nací para compensar sus frustraciones. Crecí cargada de miedos: a quedarme ciega o paralítica, a estar loca. Llevarme al médico con terribles certezas de catástrofe era su pasión. Jamás me perdonó la monstruosa afrenta de crecer. Nunca fui una mujer a sus ojos, sino su apéndice.

¿Cómo afrontar después la vida adulta, indefensa por los años de malsana sobreprotección? Siempre fui triste, nostálgica, sombría. Pasé por la rebeldía, los trastornos de alimentación, los intentos de suicidio. Aun así, era fuerte, y también alegre, y tuve buenos trabajos, y nunca dejé de estudiar y conocí tiempos felices antes de que ella desencadenara todo lo malo.

De qué sirve ya recordar la caída.  Sólo que un día me alcanzó su venganza, y me dejó amputada y agonizante. Envejecí deprisa y el dolor destrozó mi cuerpo y mi mente. Creí morir y lo deseé con todas mis fuerzas.

Un día, comprendí de pronto lo equivocado de sus enseñanzas y empecé a hacer todo lo contrario. Busqué ayuda, reconocí mi debilidad, conté mi historia.  Encontré a una psicóloga con la que lloré a mares durante meses. Me dije que a los psicólogos no van las locas, sino quienes toman la responsabilidad de cuidarse. Acepté sus consejos, empecé a mejorar. YO QUERÍA  VIVIR.

Vi algunos anuncios y me reí pensando en estudiar en la universidad, a mis años. Yo, que ni pude hacer el bachillerato. Pero me lancé; no iba a dejar que el tren se fuera otra vez sin mí. Me puse a estudiar. ¡Por fin un objetivo! Hoy tengo muchos más. Primero, la lucha por la Salud Mental.

A su tiempo conocí mi asociación, Afemagra. Allí no me juzgaba nadie; eran como yo. Son mi familia. Cicatricé deprisa, empecé a perdonarme todo lo que nunca fue culpa mía. Mi discapacidad se encontró frente a nuevas capacidades.

Un día, me pidieron que hablara en nombre de todos. ¿Cómo negarme a darles tan poco a cambio de tanto? Tuve que apresurarme a revivir, me esforcé, olvidé mi prematura vejez. No creo en milagros, fue sólo el destino. Puede pasarle a cualquiera. A ti, que me lees.

Hoy vivo por fin libre, atareada, agradecida con la vida, que me ha dado tanto. Por nada querría perderla. ¡Hay tanto por hacer todavía!

 

Esperanza Iglesias León

Miembro del Comité de PEP de Salud Mental Andalucía

Representante por Andalucía ante la Red Estatal de Mujeres de Salud Mental España

 

 

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