Algo me decía que no tenía que tirarme
8 de julio de 1990, 15:00 de la tarde en la playa de El Puig (Valencia). Un día con la familia, recién comidos, los niños nos vamos a jugar al agua con una colchoneta. Al rato nos aburrimos y uno de ellos propone ir a tirarse desde el espigón. De todas las chicas, sólo acepté yo. Cuando llegamos a las rocas, me dijeron que me tirase yo primera, pero ese día no me apetecía y le pasé el turno a mi primo Isaac. Su amigo insistió en que fuese yo. Le contesté que no, que fuese él.
Llegado el momento, algo me decía que no tenía que tirarme. Pero desde abajo insistían en que me tirase ya, a lo que yo, después de dudar un rato, me lancé.
Hubo un cúmulo de circunstancias: la ola pasó y yo no puse bien los brazos protegiendo la cabeza. Cuando llegué al agua, di directamente con la arena. En ese mismo momento, mi cuerpo dejó de reaccionar. Yo estaba consciente todo el rato e intentaba enviarle señales a mi cuerpo para que se moviese, pero no había manera. Mi familia estaba mirando y pensaba que estaba haciendo el tonto. Pero tras unos minutos, vieron cómo mi culo subía por encima del agua como si fuera una boya y que el resto del cuerpo no se movía. Salieron todos nadando hacia mí, gritando, junto con la colchoneta. Y una persona que estaba allí era doctor. Ellos me voltearon en el agua para sacarme la cabeza y este doctor dijo que me llevaran flotando hasta la orilla. Y antes de tocar la arena, hundieron la colchoneta y me pusieron encima sin cogerme. Una vez fuera, mi madre fue la primera que dijo: “No la toquéis, algo no va bien”. Con la colchoneta me llevaron a una furgoneta, de ahí al puesto de la Cruz Roja y luego al hospital.
Esto ocurrió hace 34 años. Yo tenía solamente 14 añitos y como resultado del accidente sufrí una tetraplejia a nivel C6 Asia B que me mantuvo en una cama inmovilizada durante tres meses y un proceso de rehabilitación en el hospital de un año.
Yo le diría a mi Yolanda de entonces y a todos los que estén leyendo estas líneas, que antes de tirarse en cualquier sitio donde haya agua hay que tener en cuenta el efecto cristal de las piscinas, que las circunstancias en el mar/río/pantano son muy cambiantes (yo llevaba años tirándome ahí y no me pasó nada hasta ese momento), puede haber piedras, objetos flotando que no se ven desde fuera, fango, etc. Y todo ello puede provocar una lesión medular irreversible. Yo recomendaría no prohibir (eso genera curiosidad) pero sí informar de los peligros que conlleva una mala zambullida.
Yolanda Ruiz González,
vicepresidenta de ASPAYM CV