Volver a los ruedos

Paisaje marítimo

admin

26 Octubre, 2018

Historias personales

0 comentarios

3.897 visualizaciones

Siempre fui el primero de la clase. Aunque me exprimía los sesos lo más que me era permitido, nunca me costó trabajo sacar las mejores notas del curso, desde el antiguo EGB hasta COU, estudiar dos carreras, a la vez, en una de las mejores universidades españolas del momento, preparar oposiciones a Notarías durante seis años y participar en un MBA en la mejor escuela de negocios del país. Sin embargo, en los últimos años. nunca llegaba a alcanzar objetivos profesionales coherentes con mi formación y preparación académica.
 
No encontraba explicación a tal dislate, hasta que, siendo mis despistes, omisiones y olvidos tan palpables, después de innumerables toques de atención en el trabajo y sucesivas llamadas de atención en casa, tras un tiempo de espera, de médico en médico, buscando explicación a mi palpable incoherencia vital, me descubrieron un tumor formado en el vientre de mi madre, antes de yo nacer, con resto de tejido embrionario, que se alojó en la parte de mi, hasta entonces, flamante cerebro, controladora de la memoria a corto plazo, y que me machacaba la capacidad para crear recuerdos, hasta límites inexplicables.
 
Después de un par de años de sucesivas intervenciones, caídas y recaídas, me extirparon el enorme tumor que impedía el paso a mis recuerdos. Posteriormente, me llevé más de un año de rehabilitación neurológica en el centro más prestigioso del país, público, con profesionales formados en los mejores centros del mundo, especialistas en daño cerebral.
 
Aún hoy sigo bajo control, aunque con la ayuda de ellos he conseguido reconstruir mi vida en base a nuevos parámetros, eso sí, dejando atrás ambiciones de tipo profesional, pero recuperando talentos quedados en el olvido, ya que estoy a punto de publicar mi tercer poemario, tras quince años en el dique seco, y entregado a mi mujer y a mis cuatro hijos y al voluntariado en el ámbito del daño cerebral, que, tan claramente, me exige la vida.
 
A mis colegas de oficio, actuales y futuros afectados por este tipo de cornadas, recomiendo paciencia, constancia y buen ánimo, trabajo y prudencia, que son las mejores medicinas para volver a los ruedos envuelto en un nuevo traje de luces, siquiera, más brillante que el que vendimos en el rastro por dos ignominiosas perras gordas, para recoger trofeos de trascendencia vital y reconfortantes remiendos.
 
Fernando Romero Barrero,
afectado por daño cerebral
 
 

Compartir

Entradas relacionadas