Aportar en vez de apartar
Haber vivido mi etapa escolar siendo objetivo de burlas y humillaciones por ser un pelín distinta no es algo en lo que piense mucho porque no considero que haya afectado tanto a mi vida y a cómo me relaciono con los demás. Eso no quita que en su momento me sintiese la niña más desgraciada del mundo; evidentemente yo también quería ser normal. Es irónico, ahora mismo me apetece cualquier cosa excepto ser normal.
Para mí ser normal era leer libros sin agachar la cabeza, localizar a mi abuela a veinte metros de distancia cuando venía a recogerme al cole y no entrar por descarte en los grupos de educación física. De qué servía una compañera incapaz de parar la pelota o chutar para marcar un gol.
Sufrí desprecios e insultos por mi condición física desde los tres años hasta los 16.
Contaría alguna situación en concreto, pero no quiero pasar por alto un tema tan importante y grave como es el que una niña de tres años sea insultada por otros compañeros del colegio cuando con esa edad apenas diferenciamos la fantasía de la realidad.
Siendo medianamente conscientes de nuestros actos y con la necesidad absurda de querer encajar en la sociedad, entiendo que alguien me gritase ciega al pasar por delante en el patio del colegio. De verdad, lo entiendo. Lo que más me cuesta entender es cómo unos niños tan pequeños, que cuando están en reuniones familiares son los protagonistas de las atenciones por lo ‘cuquis’ que son, sean capaces de agredir física y psicológicamente a una compañera de preescolar.
En mayor o menor medida, cuando alguien es discriminado y humillado por ser ‘diferente’, todos somos un poquito responsables.
Constantemente juzgamos a personas que ni nos molestamos en conocer por su forma de vestir, de hablar o de ser, simplemente porque nos creemos con el derecho de poder hacerlo al creernos que esto nos hace superiores.
Me pesa mucho reconocer que yo también me equivoqué, y a ratos pasaba de víctima a verdugo.
No tengo claro cómo despedirme, no sé a qué conclusión llegar, creo que eso está en cada uno y que cada quién sabe qué tipo de persona quiere ser a lo largo de su vida.
A mí me ha costado lo mío, pero he decidido aportar en vez de apartar. ¿Cómo? Fácil, preguntando lo que no sé, escuchando al que me habla y respetando a todo el mundo. A veces fallo, pero lo bonito es evolucionar reconociendo los errores, pidiendo perdón y como dice mi madre dando las gracias de corazón.
Valentina