De la ilusión a la resistencia: rompiendo barreras

María sentada en la puerta abierta de una furgoneta blanca, con expresión relajada

editor

26 Septiembre, 2025

Derechos

El primer día que entré en la Facultad de Medicina estaba ilusionada y nerviosa. Llevaba meses soñando con ese momento, imaginando cómo sería aprender, ayudar, crecer como profesional. Sabía que, siendo sorda, tendría que esforzarme más que el resto. Que necesitaría intérpretes, adaptaciones, paciencia y comprensión. Pero lo que no esperaba era escuchar de mis propios profesores que no podía ser médica por ser sorda. Sentí que todo el esfuerzo, toda la ilusión, se me escapaba de las manos. 

Tuve que cambiar de rumbo. Elegí Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural, un mundo que también me apasionaba. Me especialicé, hice tres másteres y me formé en investigación de laboratorio y patrimonio textil. Cada proyecto, cada descubrimiento, cada pieza restaurada me devolvía la ilusión por seguir creando y aprendiendo. 

Y entonces llegó otro golpe: el diagnóstico de síndrome de Usher. Poco a poco fui perdiendo visión y, con ella, la posibilidad de ejercer plenamente aquello que tanto me había costado conseguir. De nuevo, se me cerraba una puerta, esta vez marcada por la combinación de sordera y baja visión.

Con el tiempo entendí algo fundamental: no era yo la que fallaba. No era mi capacidad. No. Eran las barreras. En la medicina, en la cultura, las personas sordas y sordociegas nos enfrentamos a obstáculos invisibles para muchas, pero reales para nosotras: consultas médicas sin intérprete, pruebas diagnósticas en las que nadie se preocupa por garantizar la comunicación, urgencias donde explicarse se convierte en un desafío… Y lo mismo sucede en museos sin visitas accesibles, en exposiciones sin guías en lengua de signos, en teatros o cines sin subtitulado o en conferencias donde no hay apoyos de ningún tipo. La salud, la información, la cultura… no son privilegios. Son derechos. Y nos pertenecen. 

A veces me siento atrapada entre lo que quiero hacer y lo que la sociedad me deja. Aunque también siento fuerza, porque sé que cada barrera que atravieso, cada adaptación que logro abre un camino para otras personas. No siempre es fácil, no siempre es justo, pero seguir adelante se ha convertido en una forma de reivindicar el derecho a acceder a la información y a la cultura, a disfrutar, a participar plenamente.

Aun así, hay una duda que persiste: ¿Hasta cuándo tendremos que demostrar que merecemos lo mismo que el resto? ¿Hasta cuándo habrá que insistir para que la salud y la cultura sean accesibles, incluyentes, de todas y para todas las personas?

                                                                                                                         

                                                                                                                        María García-Lomas Díez

 

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