Las muertes invisibles
En el mundo, una persona muere por suicidio cada 40 segundos y se calcula que otra lo intenta cada dos, lo que supone del orden de 800.000 fallecimientos cada año. Hay más muertes en el planeta por suicidios que por cáncer de mama, por malaria o por homicidios y por guerras juntos. Solo en España, casi 3.700 personas perdieron la vida por esta causa en 2017. Suponen una media de 10 muertes al día; una cada dos horas y media, siendo la primera causa externa de muerte. Todo ello sin contar los suicidios ocultos detrás de accidentes de tráfico (en torno al cinco por ciento del total) u otros accidentes.
Ante estos datos no se puede seguir afirmando que la conducta suicida no es un problema prioritario. Es un drama personal y humano sobre el que se puede y, sobre todo, se debe actuar. No sabemos por qué las personas se suicidan (igual que no sabemos por qué se deprimen o por qué tienen cáncer o Alzheimer), pero sí sabemos que nadie que es feliz se suicida.
La conducta suicida (ideación suicida, intentos y suicidios) la genera el sufrimiento y la desesperanza de que este sufrimiento no pueda desaparecer en el futuro, pudiendo abocar en una decisión permanente de problemas que en la mayoría de los casos son temporales.
Pero que no sepamos por qué ocurre no significa que no sepamos cómo prevenirlo.
Aunque existen algunas excelentes iniciativas autonómicas en materia de prevención y abordaje de la conducta suicida, lamentablemente, España no cuenta aún con un plan o estrategia estatal que aglutine y oriente sobre las acciones que se han mostrado eficaces.
Algunas de ellas son la concienciación y sensibilización de la población, la orientación a los medios de comunicación de cómo abordar la información sobre conducta suicida, la limitación de acceso a medios letales, una mayor coordinación entre instituciones, la protocolización de las actuaciones o la detección precoz y seguimiento de personas en riesgo.
La prevención no es, por tanto, una cuestión solo de salud mental o una responsabilidad solo del sistema sanitario, sino que implica al sistema social, al educativo, a las fuerzas de seguridad y de primera intervención, a los medios de comunicación, a las instituciones y poderes públicos y, en general, a toda la sociedad española. Porque todos podemos (y de hecho somos) agentes de prevención. Recordemos que el suicidio solo puede ser prevenido o llorado. Hagamos lo primero para no tener que hacer lo segundo.
Más información:
Andoni Anseán,
presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio
y de la Sociedad Española de Suicidología.